De malenagrecia |
La luna llena, Kikuyu, cayó redonda y roja sobre el Kastro de Sifnos. Hubieras quedado out forever (full, como dice Manuela).
La isla era "la siguiente" en nuestro recorrido. Es decir, nadie esperaba nada especialmente de ella. Probablemente si hubiera estado Tòfol habría dejado de estar en el anonimato días antes, pero las únicas pistas que nos asaltaron vinieron de la guia de Mandy, y nos pareció más interesante encontrar un nuevo puerto que no existía en el Pilot book añoso (donde guarecernos del viento que se nos venía encima a la noche) que el hecho de que huviera un Kastro... medieval... bien mantenido... silencioso... sin explotación turística. En fin, una maravilla.
Tan ajenos estábamos a este secreto que topamos con él buscando un restaurante para cenar. Estábamos exhaustos. Hambrientos. Nada extraño en este viaje, en el que me he vuelto una experta en caer noqueada poco después de la puesta del sol (que ya va cayendo a eso de las 19:30), salvo que en este caso nos sucedía a todos... salvo a Víctor sr. Mi teoría es su exclusivo consumo de Mythos, única cerveza que consiente en beber. Otra teoría, compartida con Toni, es que es un infiltrado de la compañía cervecera, que le financia el viaje con tal de que abra nuevos mercados. Porque el hecho de que lleváramos media jornada navegando, hubiéramos alquilado dos coches para alcanzar Apollonia, patear el casco antiguo asaltando rincones, iglesias y rostros de los vecinos, alcanzar el puerto de Kamarés y después trasladarnos a Kastro no iba a ser la causa ¿verdad?...
Mandy, Bruce, Victor jr y Elías quedaron fuera de combate tras la opìpara cena, de modo que se fueron en uno de los coches que alquilamos. El resto (Victor sr, Toni y yo) nos quedábamos a ver ese "postre" que había fotografiado Víctor antes de sentarse a la mesa y que se callaba a duras penas a petición nuestra: "No, no enseñes la foto, llévanos allí y danos una sorpresa".
El regalo resultó estar al final de un cúmulo de callejones retorcidos, escalones, pequeños patios, que separaban y unían casas blancas, fugazmente iluminadas. Cada rincón era ya, de por sí, una delicia inesperada, pero Víctor insistía en que aún no habíamos llegado...
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La gracia estuvo en que llegamos por separado al lugar en el que se asomaba, al otro lado de la muralla medieval, a lo lejos y bajo la luna redonda, una de las iglesias de la zona. La retrataron con todo tipo de exposiciones en una noche ventosa y sin estrellas.
Fuimos los únicos en Kastro, disfrutamos perdiéndonos en sus rincones, imaginándonos el significado de los detalles arquitectónicos y las escenas hogareñas que alcanzábamos a ver tras las ventanas.
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by quiridodiario
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